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El Fantasma de la Opera

París, 1919. El Teatro de la Opera. Una subasta, algunas cosas que quedan de ese espacio, incluyendo un candelabro y una caja de música. El Vizconde Raoul de Chagny compra la caja… Grano abierto, escena en blanco y negro, y un golpe de magia nos traslada a un mundo lleno de color, de vida y de música, quitando el polvo con efectos visuales que acompañan las notas del tema principal… Es 1870, y todo el mundo se prepara para una gran producción, en esa Opera en la que pronto pasarán algunas cosas inesperadas.

Tras muchos años de planes (el mismo Lloyd Webber ha dicho que prefirió no arriesgar el éxito (léase ingresos) de la versión teatral, y por ello la larga espera), el momento ha llegado. El Fantasma de la Opera está ya en las pantallas, lo que significa la realización del sueño de muchos millones de personas: uno de los musicales más famosos del mundo (si no el que más) se traduce a celuloide, aprovechando el momento e inercia del género tras algunas cintas que han probado que la fórmula funciona (Moulin Rouge, Chicago), y brindando al mundo la oportunidad de ver una adaptación fiel del musical, lo que además significa que no sólo se trata de otra versión de la novela de Gaston Leroux (texto que, por cierto, trata de explicar ciertos eventos reales que ocurrieron por esas fechas: muerte, el rapto de una cantante y la misteriosa caída del candelabro sobre los espectadores), sino de la versión más colorida y rica en elementos artísticos jamás desarrollada.

No profundizaré mucho en los detalles de la versión teatral original de El Fantasma de la Opera, pero los datos mínimos para comprender esta versión fílmica sí son necesarios: En escena desde octubre de 1986 cuando abrió telones en el Her Majesty’s Theatre del West End londinense (en ese entonces con los estelares Sarah Brightman y Michael Crawford, quienes marcan la actual frontera imposible de superar en cualquier comparación vocal), la obra ha sido un éxito de magnitudes tremendas. Más allá de confirmar a Sir Andrew Lloyd Webber como el genio de la llamada Opera-Rock y sus variantes, las cifras hablan por si mismas: en Londres jamás ha habido un asiento sin venderse desde su inicio, en todo el mundo tiene un 99% de localidades vendidas en promedio, y se estima que más de 52 millones de personas la han visto, lo que representa ventas que rodean los 3 billones de dólares. Premiada con todos los premios posibles, vigente en Broadway, el West End y en algunas otras ciudades del mundo (además de que siempre hay alguna en el tour de la compañía), se trata sin duda de un fenómeno más complejo de lo que aparenta bajo la capa de un “simple” musical.

He tenido la oportunidad de ver la puesta en escena de Londres, de modo que mi comparación parte de ese hecho, pero creo que los siguientes comentarios aplican aún para quienes no tienen el referente de la versión teatral.

La película… ahh, la película; se trata de una de esas cintas de pocos términos medios: habrá detractores furiosos y fieles enamorados de la obra –con prejuicios basados en la original-, lo que siempre representa un problema para hallar un buen justo medio, y es que –tal como ya pasó en Chicago– no se trata de una película que usa al musical como medio (como Moulin Rouge), sino de una obra musical traducida y copiada a la pantalla, lo que siempre representa un eterno conflicto: ¿Hasta donde es posible innovar cuando se parte de un original tan definitivo, tan poco variable, tan rico en si mismo?, ¿Hasta dónde se aporta más con un plano abierto que con un acercamiento a la expresión del rostro, opacando con ello los brillantes y trabajados escenarios?, ¿Cuál es el término medio, alternancia, la mitad en acercamientos y la otra mitad en planos generales?, ¿Qué tanto se puede afectar el guión con el fin de brindar peso a la narrativa de cine, un leguaje muy diferente al del teatro en términos de la respuesta del público?… Son las respuestas a estas preguntas las que darán de qué hablar, además del cuestionable elemento del casting que, es cierto, tiene sus bemoles.

Comencemos por el elenco, el alma (y peso) de la historia. La intención del director Joel Schumacher, y de Lloyd Webber era muy clara: traducir el triángulo amoroso a la juventud (un detalle muy cuestionable por parte de los más fieles al original, pues hay ciertos elementos, como el Angel de la Música de Christine, que no pudo haber estado toda su vida presente bajo el nuevo marco de edades) y, con ello, el primer obstáculo a vencer fue la elección de los roles, pues más allá de la base ‘sexy’ de la idea, habría que asumir el verdadero reto problemático: el rango y disciplina vocal necesarios en los dos estelares (por lo menos) no es simple de conseguir, se necesita carisma, cierto ‘nombre’ para taquilla (o mucho talento, para una nueva estrella), y una larga cadena que se traduce en dos palabras que opacan todo lo demás: Emmy Rossum.

Desde su aparición, Emmy Rossum –Christine- llena de luz la pantalla con un rostro angelical y una voz memorable (la actriz estudia Opera desde su infancia, un dato poco conocido antes de este papel), reflejando a la perfección la inocencia y el aura que captura al Fantasma más allá de la voz. Las expresiones, miradas, y muestras emocionales de Rossum son el hilo conductor de la cinta entera, lo que opaca al resto de los estelares. El enamoramiento de Christine, sus dudas y sus emociones, están en cada cuadro gracias a la actriz, con lo que su rol soporta toda la película y no sólo en el nivel de estelar, sino el de musa y motivo de todo lo que ocurre. Uno de esos roles que será recordado, y que dará mucho, mucho de qué hablar, bastante más allá de su hermosura (y de esa clara intención del director de mostrar su escote a toda costa), y sobre todo en la odiada comparación que sin duda habrá: el rol del Fantasma.

El rol del enmascarado rostro (mucho tiempo se mencionó al mismo Michael Crawford y hasta a Antonio Banderas para el rol) debía de ser la punta de la lanza, junto con el de su musa, y aquí es donde se encuentra la roca de tropiezos, y el chivo expiatorio de la hiel que puede avecinarse: Gerard Butler no tenía nociones de canto, no las tiene, probablemente no las necesita, y por alguna causa que no termina de quedar del todo clara, fue el elegido para el rol del protagonista, aún con el gran “pero” de su limitante vocal, y la restricción de no doblarle. Si se tratara de un gran histrión en toda regla probablemente no se le cuestionaría tanto, pero la verdad es que su rol no es tan destacado (tener la mitad de la cara oculta complica mucho las cosas, es muy cierto) como el de su pareja, y por tanto hay un claro desbalance que pudo haberse evitado. El peso del Fantasma no lo lleva tal Fantasma en esta ocasión.

Minnie Driver, en el rol de la diva desplazada (y la única parte del cast a quien se dobló la voz, obviamente), explota la libertad de no tener que cantar, y brinda un papel divertido y llena de sonrisas las escenas cada vez que aparece, potenciando un rol muy en la línea de una versión teatral. El galán Patrick Wilson, con todo y cierta experiencia vocal previa, no destaca al 100% pero por lo menos no desentona; le toca a las espectadoras dar su venia como figura de romance, pues su rol es aceptable pero nunca excelso.

Para los que busquen más detalles de la música de esta versión y la parte vocal, el detallado y experto análisis de Luis tiene todas las respuestas.

Retomando las preguntas, y hablando ahora de las decisiones cinematográficas, debo reconocer que disfruté mucho más las secuencias con más movimiento (como el descenso al mundo del Fantasma, y la seducción de Christine), y que son las partes más planas las que ocasionarán los problemas, pues Schumacher opta por mantener ciertas secuencias con todo el peso en la labor artística (magistral, los escenarios y vestuario son una joya) y no en la cámara o en la coreografía (o en la coreografía de la cámara). Esta cuestionable «falta de imaginación» obedece en gran medida al hecho de respetar el original (es muy cierto que desde los asientos del teatro no se puede apreciar un close-up, y que se observa el todo como tal), lo que se presta a un sinfín de cafés y discusiones sobre la forma correcta de narrar algo ya mostrado antes. La mejor decisión será la de ustedes, sin duda alguna; yo me llevo a mi memoria algunos momentos maravillosos, pero reconociendo que algunos otros dejan un sabor de boca con tintes mezclados. El respeto a la original existe, y ese es uno de los puntos relevantes; la mesa está puesta, la tertulia será animada tratando de explorar esos temas.

Los pequeños cambios respecto del musical en teatro incluyen elementos como un poco de más información sobre el origen del Fantasma, una canción (la de los créditos finales, interpretada por Driver), y una variante temporal en el famoso incidente del candelabro. Ligeros cambios que no rompen el peso de la traducción, y que respetan (quizá demasiado) a la obra original.

El ingreso en taquilla de esta versión fílmica será muy grande (aunque quizá no romperá récords), y el juego de versiones esta ahí: Si bien es cierto que la cinta tardó para no quitar ingresos al teatro, ¿qué pasará ahora?. ¿Los jóvenes, a los que aspira captar la cinta, irán en tropel a las gradas si se lo pueden permitir y están cerca de las ciudades donde se versiona?, ¿Bajarán las asistencias al teatro pues el cine es bastante más barato?… Las variables están en juego. La verdad es que una gran parte del mundo tendrá la oportunidad de ver por primera (y quizá única) vez el musical, algo que se agradecerá, los fanáticos (y adinerados, y adultos, y turistas) seguirán yendo a las majestuosas salas de teatro, de modo que el ritmo y devenir de la puesta en escena tendrá un futuro sólo definido por si misma, ya que un muy probable pico provocado por esta cinta, y el hype inicial, parece complejo con llenos permanentes ya existentes. En esta perspectiva, las butacas serán aún más caras, donde pueda jugarse con esa variable.

Como dato, la obra El Fantasma de la Opera fue producida en su totalidad por el grupo del Sir, lo que redujo costos (dicho por él mismo, el monto invertido, en el orden de los 70 millones de dólares, hubiera sido más cercano a 120 millones si se hubiera hecho con los grandes estudios), permitió 100% de “libertad” creativa (y las decisiones y elementos ya expuestos), y logró que el resultado final fuera el que podemos contemplar.

Obligada para quienes disfrutan del teatro musical, para los que ya han visto la obra y desean verla de nuevo en otro formato, y para todos aquellos que deseen ver por vez primera la magia de una historia llena de éxitos en teatro. Se trata de una cinta que no defrauda en lo que ofrece, que tiene un rol memorable que opaca muchos de los defectos que sí existen, y que llena de magia los oídos y el alma tras los créditos finales.

Una cosa es segura: Conozcan o no el musical y sus canciones, saldrán tarareando (por lo menos) los temas principales, o quizá hasta el leitmotiv de El Fantasma de la Opera

27 respuestas a «El Fantasma de la Opera»

me encanta la obra tengo la pelicula y el libro , adoro cuando cantan la de » el punto sin retorno» es muy romantica la cansion adoro a los actores y actrises saludos a todos bie

😉 🙂 =)

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