Categorías
Críticas

Harry Potter y el Prisionero de Azkaban

Sabe perfectamente cómo dirigir a una Princesita y de sobra conoce la intensidad de dos jóvenes lejos de su hogar, de su entorno, y de su Mamá también. El director mexicano, Alfonso Cuarón, brilla guiando a Emma Watson en el rol de la sabihonda Hermione y a Rupert Grin y Daniel Radcliffe como Ron y Harry, dos chicos que no lo son más, pues sus cuerpos y actitudes los han convertido en claros adolescentes.

Harry Potter y el Prisionero de Azkaban es un festín visual, un renacimiento de la saga, el brinco inevitable de la infancia a la pubertad y el puente sin regreso que abandona el mundo de la magia inocua, para adentrarse en la fantástica esfera del horror y lo desconocido.

Habrá sin duda quien haya gustado más del trabajo de Columbus en las dos realizaciones anteriores, pero hay que decir, sin riesgo a equivocarse, que el talento de Cuarón es innegable y está soldado con magia en cada una de las escenas de esta nueva entrega que resulta apabullante a la vista y definitivamente mucho más pletórica.

Hogwarts no es más la escuelita-castillo; hay un cambio abrumador, se ha transformado en un sitio más rico, con nuevos ángulos, locaciones, pendientes, lagos, explanadas, túneles y aulas; sin embargo es también un sitio mucho más oscuro; aún en los días soleados, los nubarrones opacan el cielo inglés; incluso el quiditch se juega bajo tormenta. La penumbra no es sólo para el paisaje, los diálogos se han vuelto más duros, las rivalidades más intensas, los personajes más siniestros, la atmósfera más mística. Cuarón ha cambiado el aire que se respiraba en la escuela de hechicería, pintándolo con su pincel preciosista e inyectándole mayor drama e intensidad.

La historia abre, (siendo redundante para con los fans), cuando Harry hace a un lado su personalidad de niño dulce para darle paso al mago incontrolable; la tía Marge, hermana de Vernon paga las consecuencias de provocarle. Desde allí, la cinta es trepidante, con muy pocos espacios para tomar aire. Harry es prácticamente rescatado por el autobús noctámbulo, conducido hábilmente por un bárbaro del volante; allí se entera que un criminal ha escapado de Azkaban, Sirius Black, más tarde sabrá que Black le está buscando con insistencia. La llegada a Hogwarts es acompañada por la introducción de los temibles dementores, seres que roban la alegría y son capaces de arrebatar el alma con un beso; un nuevo profesor de Defensa contra las Artes Oscuras ha llegado, Remus Lupin, quien compartirá al lado de sus alumnos, una vivencia sombría bajo la luz plata de la luna llena.

Los chicos están mucho más maduros en esta película, y no hablo sólo de su talento histriónico, sino de los cambios físicos que son cada vez más notorios; tal vez sólo puedan interpretar un filme más antes de verse completamente desfasados. No obstante, el trío es divertido, encantador, adictivo. Hermione es irritantemente perfecta, Ron, colosalmente divertido y Harry… Harry sigue siendo en el fondo, el niño mago del que el mundo se enamoró, pero en su superficie es ya el adolescente rebelde pero noble, que tarde o temprano habrá de enfrentar a Voldemort.

Continuando con el cast, David Thewlis (Lupin) es una figura sobresaliente en la película, actuando en un vaivén de profesor y amigo de Harry, (muy al estilo Mr. Keating en Dead Poets Society), quien ha de convertirse, después de Dumbledore, en la figura más clara de un mentor que el joven Potter llegue a tener. (Como dato, Ewan McGregor fue considerado para el rol.) Emma Thompson, como la Profesora Trelawney, está excelsa; las tablas se le notan, lo mismo que a Alan Rickman, quien como siempre, nos regala un espléndido Snape, amargo e incisivo. Se extraña a Richard Harris como Dumbledore, pues pese al buen papel que desempeña Michael Gambon, no logra retomar la dulzura y la sapiencia tan bien proyectadas por el difunto actor. La joya de la corona debía ser Gary Oldman, quien aún con toda su fuerza actoral, entra demasiado tarde a escena, lo que nos deja insatisfechos y pidiendo más del talentoso histrión, a quien sólo podemos disfrutar breves instantes.

La cámara es uno de los aciertos más notables de esta tercera entrega, entrando y saliendo a través de espejos y ventanas, cruzando la maquinaria del reloj de la torre,adentrándose en ángulos inesperados o abriendo la toma de forma espectacular. El colorido es un perfecto ensayo de blancos y negros, que al lado de los fastuosos y sombríos dementores, arma impecablemente la producción como la más hórrida de las entregadas al momento. Harry Potter y el Prisionero de Azkaban se acerca más a una cinta para adultos que a un producto para niños, lo que sustancialmente es una virtud, pues ¿Acaso no la saga se vuelve cada vez más oscura, conforme avanza a través de los libros?

El tercer volumen de J.K. Rowling es más largo y vasto que las anteriores, lo que resulta más difícil de llevar a la pantalla sin cortar escenas o secuencias que hubiéramos deseado ver. Este detalle es inevitable y por desgracia es uno de los pecadillos de la película. Dentro de la misma realización, otras adaptaciones son necesarias y entendibles, pero al final, no afectan el resultado. Dentro de este rubro, Cuarón comete además un ligero traspié: Tiene demasiada fe en los lectores, pero se olvida a veces de aquellos que no son asiduos a las letras de la Rowling; de este modo, circunstancias que quizás merecían una explicación más amplia, se quedan en el vacío. La línea temporal también se siente un poco plana y precipitada, a causa del permanente gris que empaña el cielo en toda la cinta, aunque el director pretende guiarnos a través de las estaciones, mediante las hojas del sauce boxeador.

En los renglones técnicos, destacan los efectos especiales, que sin ser innovadores, son impactantes, adecuados y bastante inteligentes. Hay una toma donde podemos apreciar al Sauce moviéndose; en uno de sus agitados ademanes, salpica de nieve a la cámara, nieve que se resbala lentamente sobre la lente. Lo que pareciera un error es una virtud, pues en realidad el Sauce es un CGI y por lo tanto no existe una lente para verlo. Un toque espléndido.

En un personalismo nacionalista del director, destaca la escena donde Harry visita el sótano de Honeydukes, la dulcería de Hogsmeade, ya que los anaqueles, están repletos de calaveritas de azucar, un dulce típico de México.

La música, nuevamente en manos del maestro John Williams, vuelve a ser factor y se convierte en un acompañamiento romántico para la ubérrima dirección de arte, sobre todo en aquellas escenas donde Harry vuela sobre los terrenos de la escuela. La canción Double Trouble, mejor conocida como «Something wicked this way comes» es un portento que encaja en la producción como varita al mago.

Harry Potter y el Prisionero de Azkaban es un pedazo de magia pura, un desborde de fantasía y un reto verdadero para las siguientes entregas del niño, ahora joven mago. Era imposible meter todos los detalles del libro en la cinta, pero lo vital, la esencia, está allí: Los dementores, el Grim, el Mapa del Merodeador, el Monstruoso libro de los Monstruos, Buckbeak, el boggart, Hogsmeade, el Autobús Noctámbulo, el Patronus, Scabbers, Pettigrew, Crookshanks, Sirius, Cornamenta, el Giratiempo … y para los que inevitablemente se queden aún con hambre (garantizo que los habrá), el libro les espera de nueva cuenta.

Los comentarios están cerrados.